Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente.
Salmo 51:10,12
LAVADOS
En el evangelio según Juan 13:1-11. Jesús en la víspera de su crucifixión, lavó los pies de sus discípulos. En oriente, usar sandalias obligaba a las personas a lavarse los pies muy a menudo. Esta tarea generalmente correspondía a un esclavo, pero aquí Jesús, el Hijo de Dios, tomó el lugar del esclavo. ¡Qué humillación! ¡Qué signo de amor! Cuando le llegó el turno a Pedro, éste se negó a dejarse lavar los pies, pero luego, conmovido por la gracia de Jesús, le dijo: "Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza" (v.9). Jesús le respondió: "El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio" (v.10).
El que ha sido alcanzado por el amor del Señor Jesús, quien ha creído y ha sido lavado de sus pecados en Su sangre (Apocalipsis 1:5), tiene todo el cuerpo limpio. La sangre de Cristo, derramada en la cruz, es la que salva al pecador y lo lleva a él. Este único acto fue cumplido una vez para siempre. Jesús ha "efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo" (Hebreos 1:3).
Pero el lavado de los pies es necesario durante todo el andar del cristiano. Sea consciente o no, está en contacto con el mundo y manchado por el mal. Necesita ser purificado constantemente. Cuando la Palabra de Dios (simbolizada en agua) es escuchada y leída atentamente, nos purifica mediante su mensaje. Ella lava, reaviva la conciencia y purifica nuestro corazón; de ahí la necesidad de leer la Biblia y estudiarla cuidadosamente en oración.