Hace tiempo, un viajero visitaba el desierto de Egipto. Llevaba consigo mucho dinero, ropaje lujoso y varios saquitos llenos de monedas de oro.
Sucedió que, visitando una de las pirámides, el hombre dejó olvidado dos saquitos de monedas de oro. El viajero se dio cuenta de su olvido cuando ya llevaba varias horas de haber abandonado aquella pirámide. Con gran enojo decidió regresar en busca de su oro. Cuando estaba cerca de la pirámide descubrió a un hombre moribundo que había agotado toda su comida y sufría desesperadamente por algo de comida y agua. Estaba a punto de morir y no había nadie que le pudiera prodigar auxilio.
El viajero se bajó de su camello y él mismo le dio alimento y bebida al pobre hombre. Después, los dos regresaron a la ciudad y desde entonces, fueron muy buenos amigos.
Años mas tarde, cuando el viajero contaba esta anécdota, exclamaba con júbilo: "Pensar que me lamentaba de haber olvidado aquellos sacos de oro en las pirámides. Si no hubiera sido por eso, yo no hubiera regresado para ayudar a aquel hombre y, seguramente, él habría muerto".
Los acontecimientos de la vida son misteriosos, pero si de algo debemos estar seguros es que en cada situación que vivimos se nos presentan siempre dos opciones: Tenemos la oportunidad de huir, odiar o traicionar... o la oportunidad de crecer, madurar, amar y ayudar a los demás.
MARCOS 12: 30-31
Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.