Después de un duelo especialmente doloroso, una pregunta punzante dominaba mis pensamientos; ¿Por qué me ocurre esto a mí? ¿Quiere Dios castigarme? Un amigo creyente me dio la clave que me liberó de la angustia y de mis preguntas, diciéndome:
-Hace cerca de dos mil años, Jesucristo crucificado exclamó: "Dios mio, Dios mio, ¿porqué me has desamparado? (Marcos 15:34).
Así Jesucristo cargó con el castigo que merecían mis pecados. Fue desamparado para que yo no lo fuera nunca, Dios castigo a su hijo en mi lugar. Por eso Él me perdona y me da la vida eterna. ¿Como podría dudar de su amor?
Mi amigo también me enseño a no decir: "¿Porque?", sino "¿Para que?" , para preguntar a Dios cual es su meta al permitir este sufrimiento. "He aquí te he purificado, y no como a plata, te he escogido en horno de aflicción (Isaías 48-10),
Dios es como un orfebre, quien funde el oro en el crisol, ajustando la temperatura hasta que toda impureza sea quitada. Él espera pacientemente hasta que el metal tenga una superficie tan lisa que pueda reflejar su rostro en ella. Solo entonces el artesano puede labrar el oro puro para hacer una joya.
Este es el "para que" de esa prueba dolorosa que Dios permitió, después de haberme dado la vida eterna; ese trabajo era necesario para darme una forma que fuera par la honra de mi Salvador y Señor.