Isócrates, el gran orador griego de los siglos V y VI a. de J.C., tenía una escuela de elocuencia. Una vez se le presentó un joven que quería ser su discípulo y le preguntó cuánto tendría que pagarle. El orador le pidió el doble de lo que pagaban los demás.
-Pero yo soy uno, ¿por qué tengo que pagarle por dos?
-Cierto que es usted uno solo. Pero tendré que hacer con usted el trabajo que corresponde a dos - dijo el maestro.
-No entiendo lo que usted me quiere decir -dijo el joven.
-Pues bien, a otros tengo que enseñarlos a hablar; pero a usted tendré que enseñarlo a callar. Hablar bien no es cosa difícil; algún día se logra aprender. Pero es muy difícil que aprenda a callar uno que está acostumbrado a hablar.
"El que ahorra sus palabras tiene sabiduría; De espíritu prudente es el hombre entendido". (Proverbios 17:27)
Francisco Lievano