-Mamá, yo te quiero a ti todita, menos ese brazo tan horrible y tan feo que tienes - le decía una niñita a la madre, al verle la horrible quemadura que le había desfigurado el brazo.
-Pues bien, hijita -le contestó la madre- te contaré por que tengo el brazo tan feo.
Cuando tú estabas pequeñita, yo fui a visitar a una amiga y te dejé dormida en tu cunita. Cuando regresé encontré que nuestra casita se había incendiado y que tú estabas en gran peligro de perder la vida. Traté de penetrar en el lugar en que tú estabas, pero la gente me lo impedía pues decían que moriría yo quemada. Sin embargo, yo entré y te envolví en muchas sabanitas y frazadas, y así salí contigo por entre las llamas. A tí no te pasó nada, pero a mi se me quemó el brazo horriblemente. Por eso estoy así.
-¡Ah, mamita! Ese es el brazo que yo más quiero -dijo la niña, tomando el brazo de la madre y besándolo ardorosamente.
A Jesús no sólo se le quemó el brazo por sacarlo a usted de la llama de la condenación eterna. El tuvo que entregar su vida integra. Pero el estuvo dispuesto. Si usted no lo ama por ninguna otra razón, ámelo por el sacrificio que El hizo por usted.
"Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros." (Romanos 5:8)
Francisco Lievano