Un hombre pidió en la farmacia que le vendieran una pomada para quitar unas manchas rojas de la cara.
-¿Qué clase de manchas? - preguntó el de la farmacia.
-Manchas rojas.
-Sí, rojas, como no. ¿Pero las produjo el sol o alguna enfermedad del hígado o del estómago?
-¡Ah! Eso no lo sé. Es para un amigo que tiene esas manchas. ¿No hay ninguna pomada que pueda curárselas?
-Tiene que haberla, pero primero hay que saber cuál es la causa de esas manchas.
Lo mismo sucede al pecador. El quiere que el gozo y la paz inunden su ser. Quiere sentir que no es pecador, que se le quite, pues, la mancha del pecado. Pero no encuentra el remedio, que es la sangre de Cristo, mientras que no reconozca que sus manchas las ha causado la horripilante enfermedad del pecado.
pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. (1Juan 1:7-9)
Francisco Lievano