En una de las hermosas laderas andinas se hallaban dos bueyes arando el terreno para la agricultura, unidos los dos a un mismo yugo. Mientras trabajaban sin cesar acicateados por el que los guiaba, comenzaron un diálogo.
-¡Que libertad tan preciosa!- dijo uno.
-¿Libertad de qué?- pregunto el otro sorprendido, mientras daba un fuerte tirón para sacar el arado que se había atascado- ¿No estamos los dos atados a este horrible yugo?
-Libertad de mover la cola- respondió el otro con mucha conformidad-, aunque sea para correr los tábanos.
Así hay muchas personas en este mundo. Están atados al oneroso yugo del pecado, y todavía proclaman que tienen libertad. Dicen que tienen libertad para practicar toda clase de vicios, pero en realidad es que están esclavos de ellos. Su libertad es tan restringida como la de los bueyes que aran.
"Así que, si el Hijo (Jesucristo) os libertare, seréis verdaderamente libres." (Juan 8:36)
Francisco Lievano